PROPÒSITOS DE AÑO NUEVO

Comenzar el año desde el corazón

Con el inicio de un nuevo año, como tantas otras personas, me detengo a reflexionar y a plantearme nuevos propósitos. En este 2023, uno de mis objetivos personales es continuar caminando hacia un mayor equilibrio interior, hacia una vida más ecuánime y plena.

En ese espíritu de búsqueda, decidí enriquecer mi lectura dejando a un lado los libros de autoayuda y adentrándome en textos más filosóficos y espirituales. Así llegó a mis manos un pequeño libro de Thubten Chodron titulado Corazón abierto, mente lúcida. Confieso que, a primera vista, no me causó gran impresión. Sin embargo, algo en él despertó mi curiosidad, así que me propuse empezarlo con mente abierta, dispuesta a dejarlo si no me convencía. Para mi sorpresa, ya en las primeras páginas —concretamente en la introducción— encontré un mensaje profundamente inspirador de Su Santidad el Dalai Lama, que quiero compartir con vosotros:

“En este mundo todas las personas y todos los fenómenos se encuentran interrelacionados y son interdependientes. Mi propia paz personal y mi felicidad son asunto mío. Yo soy responsable de ello. Pero la felicidad y la paz de la sociedad entera es un asunto que nos concierne a todos. […] En este siglo la compasión es una necesidad, no un lujo. […] Si carecemos de un corazón bondadoso y compasivo hacia los demás, nuestra misma existencia se verá amenazada. Incluso si decidimos ser egoístas, debemos ser sabiamente egoístas; entendiendo que nuestra subsistencia personal y nuestra felicidad dependen de otros. […] Sin paz interior es imposible alcanzar la paz en el mundo. Por eso, debemos mejorarnos a nosotros mismos y al mismo tiempo hacer lo que podamos para ayudar a los demás.”

Estas palabras me tocaron profundamente. Me llevaron a detenerme, reflexionar y reafirmar mi compromiso con ciertos valores esenciales: la compasión, la gratitud, la responsabilidad individual y la interdependencia.

Una práctica diaria: gratitud y servicio

Inspirada por esta lectura, he decidido que uno de mis propósitos de este año será cultivar de forma diaria la fortaleza de la gratitud. Agradecer cada mañana —por lo bueno y también por lo difícil— porque, en muchas ocasiones, ha sido de los retos y de las pruebas de donde más he aprendido. Como médica, me propongo erradicar la queja en mi entorno profesional y agradecer más profundamente el privilegio de poder ejercer esta vocación: la de acompañar, aliviar y ayudar a los demás.

Cada día, en mi trabajo, soy testigo del sufrimiento humano, que no solo proviene de la enfermedad, el envejecimiento o la muerte, sino también —y quizás sobre todo— de emociones aflictivas no reconocidas que bloquean nuestras relaciones y dañan nuestra salud física y emocional.

Muchas veces me siento frustrada, como médica y como persona, porque veo ese sufrimiento, pero no puedo eliminarlo por otros. Cada uno debe descubrir por sí mismo, primero, que está sufriendo y, segundo, que ese sufrimiento es el origen de muchos de sus males. Mientras no se reconozca la causa, será difícil transformarla.

Observo también cómo algunas personas se aferran inconscientemente a la enfermedad como forma de sentirse vistas, queridas o atendidas. Cada uno tiene sus razones y solo uno mismo puede transformar ese patrón desde dentro.

Vivimos en una sociedad que no nos permite detenernos, observar ni cuestionar nuestro malestar más sutil: el sufrimiento que nace del cambio constante, del vacío, de la desconexión. Vamos de un lado a otro en piloto automático, acumulando tensión y tareas, sin preguntarnos cómo está nuestro cuerpo o cómo nos sentimos. Hasta que un día, el cuerpo —vehículo del alma— se detiene, y buscamos una solución externa, generalmente médica, para un desequilibrio que venía gestándose mucho antes.

Cuidar al que cuida

El médico —ese mismo que fue aplaudido en tiempos de pandemia— hoy a menudo se encuentra desbordado, criticado, cuestionado. También es un ser humano, afectado por las exigencias de esta sociedad hiperconectada, cambiante y demandante. Arrastra su propio dolor, y el de sus pacientes. Y, sin embargo, se le pide que siempre esté disponible, sonriente y empático, aunque muchas veces apenas le quede energía. El malestar social es cada vez más profundo y el sistema sanitario lo refleja.

Por eso, invito a la reflexión. Es hora de mirar hacia adentro. De dejar de culpar al entorno, a la sociedad o a los demás, y asumir la responsabilidad que nos corresponde. El cambio empieza por uno mismo. Y ese camino hacia dentro no es fácil: requiere paciencia y valentía. Implica mirar nuestras sombras, nuestras heridas, nuestra parte más egoica y reconocerlas sin juicio.

Pero es un trabajo liberador. A medida que vamos despojándonos de capas, nos acercamos a nuestra esencia, a nuestro ser genuino, y encontramos una paz más duradera.

Una propuesta: construir desde la bondad

Si cada uno de nosotros hiciera el propósito de ser, cada día, una versión más bondadosa, compasiva y altruista de sí mismo, podríamos entre todos construir una sociedad más armónica, colaborativa y en paz. Esa es la gran meta: contribuir, desde donde estemos, a aliviar el sufrimiento y a sembrar las condiciones para una felicidad genuina.

Os dejo aquí esta reflexión y este reto: el de comenzar el año sembrando las causas de vuestro “yo mejorado”, en beneficio de todos los seres.

Que este nuevo año os traiga claridad, propósito y bienestar.


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